En esta serie de artículos hemos hablado de restos humanos, animales, de meteoritos, de reliquias, de libros y de armas. Pero no podíamos terminar sin mencionar al menos alguna joya madrileña. Aunque si me permiten voy a hacer una pequeña trampa.

Hoy hablamos de diamantes madrileños, así, cómo lo oyen. Y no me refiero a piezas sacadas de una joyería que a su vez los trajo de tal o cual país, me refiero a diamantes oriundos de Madrid. Es ahora cuando todos los geólogos se llevarán las manos a la cabeza diciendo que no es el suelo madrileño un terreno idóneo para que surjan diamantes, pero lo cierto es que los hay. Un poco especiales, eso sí, pero diamantes madrileños al fin y al cabo.
En el Museo Geominero se exponen varias rocas de singular belleza, las denominadas “diamantes de San Isidro”, sin embargo a poco que nos detengamos en su cartela veremos que no tienen la misma composición que los diamantes, de hecho pertenecen a la clasificación de los cuarzos hialinos. ¿Entonces no son diamantes? Geológicamente no, pero ahora veremos que su valor cultural es fascinante.
Desde el siglo XIX las riveras del Manzanares han sido muy bien examinadas por los madrileños. Lo primero porque fue en ese siglo cuando la ciudad empezó a extenderse cruzando el río, y lo segundo porque también la ciencia en aquel entonces se interesaba por el terreno de la ciudad. La primera carta geológica que se levantó de Madrid fue en aquel entonces, en 1849, y el esfuerzo de grandes científicos como José Subercase o Eduardo Saavedra hicieron que los principales yacimientos arqueológicos y geológicos de Madrid no pasasen desapercibidos.

Es entonces cuando la pradera de San Isidro dejó de ser un mero lugar de jolgorio y se convirtió en un perfecto escenario para conocer nuestro pasado. De allí salieron numerosos restos arqueológicos y también singulares piezas geológicas.Ese es el caso de los cuarzos hialinos de los que hablamos hoy.
Aunque por lo general son transparentes hay alguno un tanto ahumado, una característica que más que restarle valor a los cuarzos les añade extrañeza y singularidad, pero por lo general podríamos decir que los diamantes madrileños son cristales de cuarzo, semejantes a los diminutas transparencias del granito, solo que de un tamaño mucho mayor, casi como un canto rodado.
Su origen está en la gran masa granítica que vemos desde nuestra ciudad, la sierra de Guadarrama, de cuyos filones hidrotermales o pegmatitas se desprendieron en algún momento para ir a parar al epicentro de las romerías madrileñas. Por ello, gracias a su original enclave han tomado el nombre del santo, que desde entonces ya no solo tiene rosquillas listas y tontas en su honor, sino también “diamantes” que siendo cuarzos siguen teniendo un notable valor.
